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miércoles, 24 de octubre de 2012

De navíos en otoño.

Era yo, el que buscó el apetito de los enjambres que me picoteaban a que mis dedos ardieran en vuelos nostálgicos, llenos de ternura y en los que coincidir era la seda que acaricia el papel que no se toca.

Eras tu, luz de mares y destellos de ríos, con cisnes plateados que nadaban buscando tu refugio, manta de cielos de estrellas fugaces que se piden y se aprovechan, como deseos que se vienen a mi mente pero que no se dicen.

Era yo, guirnalda adornada de vuelos estratosféricos e imantados a la lava de tu corazón, siendo yo poesía en el placer de saberte cerca aún estando lejos. Volátil fluidez de ápices colgando en mis pestañas de sueños equidistantes, que se cierran en las noches y se abren al amanecer.

Eras tu, tinta que no se acaba, inspiración de sones que se hacen paralelos en largas letanías caminando bajo la sombre del mismo árbol. Fiebre de otoño y de estaño, estanque lleno de rebosar de palabras, de castillos que se unen en el abismo hecho tuyo.

Y era yo, navegable silencio cuando te ausentas y tus ojos cierran para ser sueños en la esquirla mágica de ojos invisibles, que se ven pero que no se tocan, que se hablan pero que no se encuentran...

En tu sueño seré barca y en los míos atardeceres, donde el mar se hace calma y donde lo desconocido sea marea que corta la respiración en las lunas que nos quedan por cortar.

                                                          Roberto Amador (Grecia)

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