No sé, sólo soy yo.

No sé, sólo escribo y es porque mis dedos no hacen otra cosa que unir letras casi sin sentido, es el ritmo repetitivo de crear cosas sin sentido, en donde soy fantasma de mi propia creación. Sin embargo, mis palabras se hacen montaña de sentimientos, y me vuelven grandilocuente en el propio límite de la comprensión de la envidia de diptongos superfluos: es como decir no y ser un sí en el ámbito del placer que me interioriza siendo poesía en mis dedos, que acarician el papel sin hacerlo arruga.

No sé si ya sé, o simplemente soy un cuerpo enigmático y dependiente de la pasión, de la lujuria de escribir en el  sentido más amplío, sin plagio de aureolas que me circunscriben en el círculo que me lleva al infinito de ser, de poseer belleza que me viene de dentro y que exteriorizo en el espacio recíproco de la unidad.

No sé si puedo ser ya yo, o esperar a que la inspiración me la de la envidia de espectros que se acumulan a mi paso y que se derrumban en el hastío de la incomprensión poseída de palabras que son deseadas por otras manos ya escritas. No es preciso que lo precioso sea comentado, sino que al ser fantasma, la luz de mi propia personalidad se llena de albas que se retuercen de placer parecidos a los anocheceres, siendo mis ojos, faros que alumbran todo el universo.