Alcé mi mano.

Alcé mi mano al universo desde mi balcón, quería poseerlo todo, y en las líneas de mis manos se quedó la bruma de la noche, polvo cósmico cayendo en el asedio de caricias de lunas llenas, en los destellos de mi fuego interior. No por mirar más fui más profundo, pero supe encontrar la esencia de la noche.

Alcé mi mano al universo desde mi balcón, quise atrapar la estrella fugaz y me encontré con los deseos de alma engendrada en mi ser. Mi mano fue ceniza del ave fénix y resurgí como fuego en los avernos sagrados de mantos inhóspitos que se elevan en tiempos inexistentes de crear arpegios en tu cuerpo hecho cuerpo celeste.

Alcé mi mano al universo desde mi balcón, fui faro nocturno que iluminó la galaxia extendida en planos de perspectivas giratorias como tornos en el horno de mi hálito, secuencia de perfecta cadencia entre los páramos sagrados de tu oasis nocturno, de donde bebo cada instante que vuelo en tu órbita.

Alcé mi mano al universo desde mi balcón, fui estigma de espirales que giran sobre mi y me hacen ser traslación a tu cuerpo geométrico, yo segmento que empieza en mis besos y acaba en tu corazón. Recorrido laberíntico, almas empapadas de suspiros y placeres escondidos en las puertas del deseo hechos con llaves inéditas que sólo entran en tu cuerpo, cuando el universo es cerradura que dura lo que un milenio en mi corazón.

Roberto Amador

                              Tempestad en el cielo de tus manos, engendro de lujuria. (Huesca).